CHIPILIN Y CACHINFLIN
En algún lugar perdido entre las montañas de Morazán, vivía en una humilde
choza de barro un humilde campesino, amante de las noches de luna y la sopa de
garrobo.
“cuando la luna se pone bien grandota como una pelotota que alumbra el
callejón”...
Le gustaba cantar mientras se mecía al vaivén de su carreta tirada por bueyes
en las noches en que la luna parecía un enorme plato amarillo sobre los
piñales, cuando pasaba con su carga de maicillo que había aporreado toda la
tarde.
Pero nunca iba solo, Cirito iba con él, tendido sobre los frescos granos que
vendería en parte ya que la otra seria destinada para que Chica, su morenita
esposa le hiciera las tortillas.
Y correteando de un lado a otro, a lado de la carreta, sus dos fieles chuchos,
Chipilín y Cachinflín, aguacateros de pura cepa, bulliciosos y menea colas.
—Cirito...
— Que mande papá
—¿como vas en la escuela?
—Bien...
La mente del rapaz trabajaba rápido antemano sabía el rumbo que tomaría la
conversación, Pero ya estaba preparado...
—La profesora me contó que Isidro y vos se han dado a la tarea de embarrarle la
mano de caca a los demás niños y que te ha dado unos reglazos... Si no fuera
porque no me imagino como se dejan engañar esos niños, te caería ahorita
mismo...
—Es que Isidro me dijo: mirá Cirito, untemos un palito con caca, y hagamos como
que estamos peleando, y cuando venga alguien le decimos: “detenme esto para
pegarle a este, entonces después que lo agarre lo jalamos y salimos
corriendo...”
—Así que Isidro es el inventor... (conteniendo la risa)
—Ajá...
—Ya cuando lleguemos va a tener que contarme todo... y vos no vayas a la fragua
mañana porque vamos a ir a garrobear.
A Cirito le encantaba salir al monte con su papá y sus perros. Tenía una
hondilla, de las que les dicen “garrincha” porque no tienen palo, sino que se
usan con los dedos nada más...
-¡HEY USTEDES DOS PONGANSE LAS PILAS QUE MAÑANA VAMOS A IR A GARROBEAR!
Les dijo a los perros que jadeaban con la lengua por fuera del hocico...
—¿oíste Cachinflín? Dijo Chipilín
—Sí pero creo que no voy a poder ir...
—Y por qué no vas a ir
—Es que me he sentido mal últimamente porque mordí un sapo...
—Por eso es que estabas comiendo monte...
—Guau
II
El día amaneció, con arreboles, con aroma a hierbas y flores monteses.
Don Miguel y Cirito, caminaban por la vereda que daba al río, el primero,
silbando una canción de Palito Ortega y el segundo tratando de aprender a
silbar, miraba a don Miguel y trataba de caminar como él lo hacía, con la
frente en alto y las manos algo abiertas, como si llevara algo que le estorbara
bajo las axilas...
Don Miguel lo miraba de reojo, y se llenaba de orgullo. Bien dicen que no hay
mayor elogio que la imitación; El lo sabía, pero se hacía como que no miraba al
trinquete de carreta que le seguía.
Como a las ocho de la mañana llegaron al río. Allí aprovecharon para recoger
algunas piedras lisitas y negritas porque esas eran las más “pulsudas”.
Cortaron algunos piñicos y trataron de encontrar cangrejos bajo las piedras,
pero no hallaron nada.
Caminaron casi una hora más, y llegaron una zona con guanacastes y nacaspilos.
—Ya llegamos Cirito... aquí es
Cirito no dijo nada pero preparó su “garrincha”. Chipilín olfateaba como
queriendo encontrar el rastro de algo que no podía ver...
Don Miguel, se quitó la camisa, y los zapatos y le dijo a Cirito suavecito.
—Cirito, mirá en aquella rama de ese Guanacaste...
El muchachito, pelo los ojitos, se mordió la lengua y miró hacia la rama más
alta del robusto árbol.
—¿ya la viste?
—Si
—Vos te quedas aquí abajo, mientras yo me subo al palo y trato de agarrarla, si
se tira la seguís con Chipilín...
Don Miguel, comenzó a subirse al Guanacaste con mucho esfuerzo, era difícil
porque las ramas eran gruesas, y había literalmente que abrazarse del palo como
una iguana mas.
El pecho le ardía, pero no se detuvo hasta estar en la rama donde se asoleaba
la iguana más grande que hubiera visto en su vida, ¡Era casi del grosor de su
pierna!
La iguana lo miraba, pero no se movía, lo había visto bajar por la vereda mucho
antes que ellos se percataran en que rama estaba.
Chipilín, ladraba al pie del Guanacaste y movía la cola, Cirito ya le había
puesto una piedra a la cuereta y esperaba impaciente...
Don Miguel se deslizaba, por la rama... la iguana se arrastró un poco más,
hasta una rama más delgada donde no pudiera ser alcanzada. Pero no estaba
tratando con cualquiera, estaba frente al garrobero mas experimentado de esos
lados...
¿Por qué ir tan lejos a buscar una Iguana?
Iguanas había muchas y garrobos en todos los cercos de piedras y piñales;
Aquello era un reto personal, aquella iguana desde hacia un año se había burlado
una y otra vez del mejor garrobero de Corinto, Morazan.
Don Miguel era delgado y pesaba poco, asi que también avanzó lo mas que pudo,
hasta donde su sapiencia le dijo que era prudente detenerse, entonces cortó una
rama para puyar a la iguana, la cual no tuvo más remedio que lanzarse del
árbol... era una caída de casi diez metros...
—¡¡plaff!!—cayó sobre el polvo caliente al pie del palo, a unos centímetros de
Chipilín, que con agilidad dio un salto para evitar ser aplastado por el
reptil.
—¡JULE CHIPILIN! –gritó desde arriba don Miguel...
¡Cirito estiró los hules con todas sus fuerzas y soltó la cuereta!
Pero la piedra de rio del tamaño de un jocote corona, solamente rebotó en el
costado escamoso de la enorme iguana, que sintiéndose espoleada por un agudo
dolor se echó a correr.
¡Y comenzó la persecución!
La iguana corría tan rápido como podía, levantando el polvo, y más atrás
Chipilín como que llevaba brasas en la cola,
Corría la iguana, y corría chipilín... casi una cuadra, y ya casi le daba
alcance Chipilín, solo unos pasos mas... la iguana se sentía desfallecer, así
que ya con la muerte, pisándole la cola, decidió mostrar su faz de valiente,
después de todo, era mejor morir peleando que corriendo como una gallina, era
ahora o nunca...
Muchos días atrás un pizote quiso comérsela y había entablado una fiera pelea
con él, en ese mismo Guanacaste, había sido una pelea hasta la sangre, y el
pizote había tenido que huir... pero un pizote no es un chucho, además sabía
que más atrás venia ese espantoso ser que caminaba erguido...
Súbitamente se detuvo se dio la vuelta... era mejor morir peleando...
Se paró sobre sus patas traseras y siseó fuertemente... Chipilín no esperaba
esto, así que se detuvo de golpe y dio dos volteretas, en el polvo... y
comienza la persecución, pero hoy era el que huía.
Gimiendo y con la cola entre las patas...
Don Miguel había visto todo desde la rama del árbol.
Se bajó y se puso la camisa, tenía el pecho raspado y colorado por la fricción
con las ramas... en silencio cortó un “chirrión” de “chupa chupa” y le quitó la
hojas y lo escondió tras la espalda. Después con amabilidad fingida comenzó a
llamar a Chipilín...
—Chipilín... Chipilincito, Chipilincito...
Y venia apareciendo Chipilín todo revolcado, y movía la cola de un lado a otro,
y se acercó a don Miguel...
El alarido se escuchó por toda la montaña...
—Toma, toma, chucho cobarde, a ver si así tenés mas huevos...
Doña Francisca los vio llegar cabizbajos pero no dijo nada, ya había matado una
gallina y la tenía preparada, ya conocía ella a Chipilín, ya sabía también que
esa iguana era la misma que se le había escapado a Neto Pepeto... don Miguel no
se quiso quitar la camisa, para que Chica no viera su derrota.
La iguana seguiría asoleándose por muchos días más pero en otro lado, su amado
Guanacaste, después de cincuenta veranos ya no era seguro, ya había tentado
mucho al destino, ya había visto a la muerte muchas veces...
Don miguel la buscó y la buscó durante días, meses y años con obsesión asnal,
pero nunca volvió a dar con ella, nunca volvió a encontrarse con la iguana que
había herido su orgullo de garrobero. Muchas fueron las veces que la iguana
tuvo que abandonar su baño de sol y esconderse en las entrañas de la tierra,
cada vez que el viento le llevó el silbido de aquella canción que acompañaba a
don Miguel, donde quiera que salía.
Aun así don Miguel siguió siendo el cazador más experimentado de la región...
serian muchos los garrobos que caerían en sus manos y serian muchas las iguanas
que atraparía Chipilín, que llegó a ser el perro más valiente del cantón...
Pero de aquella iguana, de aquel soberbio reptil nada más supieron...
* * *
“En Memoria de mi Padre, que llenó nuestra infancia de cuentos y aventuras…”
—Miguelan.